“El chinchinero es Patrimonio Cultural Inmaterial de Chile, personaje que no existe en ninguna otra parte del mundo, que ha alegrado las calles de nuestro país con su baile y percusión por más de cien años, junto a la compañía y la música de organillos y organilleros”.
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La historia de los organillos en Chile se remonta a finales del siglo XIX, cuando el alemán José Strup llegó al puerto de Valparaíso. Fue entonces cuando surgieron los organilleros y chinchineros con sus exhibiciones musicales callejeras. Mientras el organillero toca el organillo (instrumento a base de aire que funciona con una manivela), el chinchinero baila y, en ocasiones, también vende ‘remolinos’ u otros juguetes a los niños.
Estos músicos tradicionales no solo son el patrimonio vivo de Valparaíso, sino de toda América Latina, ya que, tal y como mantiene el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes chileno, “los organilleros son la máxima expresión social y artística del Cono Sur en esta materia”. Un oficio que, aunque fue muy común en las primeras décadas del siglo XX, fue desapareciendo con el tiempo. Hoy, lucha por sobrevivir con músicos como José Luis Lara, que lleva 25 años dedicándose a esto en la comuna chilena de San Bernardo.
Para poder continuar en el oficio y por recomendación de su hermana, decidió pedir apoyo a Fondo Esperanza, que le ayudó a comprar los materiales que necesitaba y le ofreció capacitación financiera. Poco a poco, fueron uniéndose más miembros de su familia a la entidad chilena de la FMBBVA y, entre todos, formaron un Banco Comunal. “En Fondo Esperanza uno comparte con muchos grupos y con varias comunas. Es bonito ver cómo da oportunidades a tantas personas que lo necesitan. Yo lo recomiendo porque sirve, uno sale adelante”, afirma. Para este emprendedor es importante que la entidad apoye el arte de este gremio del que se sienten orgullosos de pertenecer porque, según cuenta, «les viene de familia».
“Quedan 30 organilleros en todo Chile y hay que salvar este patrimonio que tenemos”
Su padre se dedicó a lo mismo durante más de 45 años y, desde entonces, ha ido traspasando generaciones. “Yo nací y me crie al lado de un instrumento. Mi hermano igual y mi primo. Toda la familia”, añade. Ahora, lo ha heredado su hijo, que trabaja con él animando las calles. “Quedan 30 organilleros en todo Chile y hay que salvar este patrimonio que tenemos”, explica José Luis.
Entre las décadas de 1960 y 1980, los organilleros y chinchineros estuvieron al borde de la extinción, llegando a desaparecer más del 80% de sus instrumentos. Para rescatarlos del olvido, en 2001 apareció la Corporación Cultural de Organilleros de Chile, una institución que persigue la promoción social de estos músicos y el reconocimiento de su aportación a la cultura popular.
Con el fin de continuar con la tradición familiar, José Luis espera poder comprar en el futuro más organillos para su hijo. También sueña con viajar a otros países para dar a conocer sus instrumentos y su tradicional música, y todo, para evitar que un oficio de tantas generaciones muera con el tiempo.
Laura G. Sáez, Comunicación FMBBVA