Un aceite que fluye entre generaciones

El aceite de coco es muy común en América Latina y en los últimos años se ha puesto de moda en muchos países del mundo. Tiene un alto contenido en grasas saturadas, beneficiosas para el organismo, y cuenta con un sinfín de utilidades que van desde su consumo alimenticio, hasta su empleo con fines curativos y cosméticos. Un producto difícil de elaborar, que para Francisco y su familia, se ha convertido en su principal sustento de vida.

Desde el patio de su humilde casa en la provincia dominicana de Samaná, este emprendedor comienza el día partiendo y rallando cocos, para después extraer la fibra con ayuda de sus expertas manos y de un motor eléctrico. Sabe de memoria qué tiene que hacer en cada paso; que de 50 cocos se obtiene un galón de aceite (3,7 litros); y que para obtener un buen resultado, hay que saber esperar.

«Llevamos toda una vida haciendo esto»

Lleva casi una década siguiendo este mismo proceso, en el que también le acompañan su mujer y su suegro. Un oficio familiar que se remonta en el tiempo. “Llevamos toda una vida haciendo esto. Mi madre era quien hacía el aceite de forma muy artesanal, con un rallador de machete que usamos durante años, hasta que pudimos comprar una máquina eléctrica”, recuerda Francisco, mientras piensa en el cambio que ha experimentado el negocio en los últimos años.

Un progreso que se aceleró en 2016, cuando acudió a Banco Adopem en busca de apoyo para mejorar y simplificar la fabricación de su aceite. La entidad de la Fundación Microfinanzas BBVA le entregó dos préstamos que le permitieron obtener una mayor productividad, con mejores resultados y más clientes. Esta ayuda se traduce hoy en una mejora de su calidad de vida y en sus ganas de seguir avanzando.

Elaborar este producto artesanal es una de las grandes pasiones de Francisco. Algo que, según dice, siempre seguirá haciendo. Y, ¿qué pasará después? Él confía firmemente en que sus dos hijos continúen con el linaje de un oficio que ya fluye por varias generaciones; y que mientras haya cocos, ganas de seguir adelante y una entidad como la FMBBVA dispuesta a acompañar su progreso, parece no tener fin.

Laura G. Sáez, Comunicación de la FMBBVA

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