Quesos bio hechos con alma: Miriam Pizarro, la pastora que recorre con sus cabras la cordillera de Talahuén, Chile

En lo alto de la cordillera de Talahuén, en el norte de Chile, vive Miriam Pizarro, una mujer de manos curtidas, voz firme y mirada dulce. Su oficio, que cada vez menos conocen, es el de pastora de cabras o, como las llaman en Chile, criancera: cuida cabras, las ordeña al amanecer y transforma su leche en quesos: “Son como mis hijos”, dice, y no exagera. Para ella, cada animal tiene nombre, carácter y un lugar en su vida.

Miriam no descansa en Navidad ni en año nuevo: “Aquí no hay festivos. Los animales no entienden de calendario”, dice mientras sonríe. Su jornada empieza antes que salga el sol y termina cuando cae la última sombra. Y aunque el esfuerzo es inmenso, no lo cambiaría por otro:“Es duro, pero es mi forma de vivir. No sabría hacer otra cosa”, asegura.

Un trabajo que exige cuerpo, alma y corazón

Ser productora caprina en el Valle del Limarí no es solo un trabajo físico. Es una forma de vida ligada a la tierra, a la meteorología y al ritmo de las estaciones. En los meses secos —que cada vez son más— todo se complica: “Si no hay lluvia, no hay pasto para los animales. Y si no hay pasto, hay que comprar forraje. Y eso vale dinero”, explica. La zona, tradicionalmente árida, se enfrenta a las consecuencias del cambio climático: “Aquí cada año llueve menos. Y cuando llueve, no alcanza.” La dependencia del agua es total y sin ella, el círculo productivo se rompe.

Quesos ecológicos: una apuesta por lo auténtico

Pese a todo, Miriam no ha renunciado a la calidad. “Mi queso es natural, 100% de leche de cabra, sin químicos ni conservantes. Tengo el tradicional y también con sabores”. Cada pieza lleva su sello: manos expertas, paciencia y respeto por el proceso.

En un mercado saturado de productos industriales, su propuesta es sencilla: sabor puro, origen claro y trazabilidad garantizada. “La gente cuando lo prueba, vuelve. Porque sabe distinto. Porque es de verdad”, cuenta.

Miriam Pizarro, emprendedora de Fondo Esperanza elaborando queso

Fondo Esperanza: el empujón que necesitaba

La vida en el campo no solo es dura para las emprendedoras: también es desigual. En América Latina, menos del 15% de las personas que tienen tierras agrícolas son mujeres, según ONU Mujeres. Miriam lo sabe bien; cuando conoció Fondo Esperanza — la entidad chilena de la Fundación Microfinanzas BBVA— no dudó en pedirles apoyo: “Me ayudaron a mejorar mis instalaciones, me dieron formación y me enseñaron a valorar lo que hago.” Gracias a ese respaldo, ha podido crecer sin abandonar sus raíces. Hoy,  es parte de las más de 1,7 millones de mujeres atendidas por la Fundación. Actualmente el 63% de los emprendedores que atiende son mujeres que además, sufren una mayor vulnerabilidad:en 2024,  el 45% de las nuevas emprendedoras  se encontraba en situación de pobreza, frente al 20% de los hombres. 

La historia de Miriam es solo una entre millones. Mujeres que alimentan comunidades, sostienen economías y preservan oficios ancestrales.  Ser mujer rural,  en Chile y en toda América Latina, sigue implicando menos acceso a recursos, a tierras, a formación y a crédito. Pero también implica fuerza, resiliencia y una capacidad extraordinaria de reinventarse. Miriam lo demuestra cada día desde su pequeña granja en un rincón de la cordillera. Y mientras sus cabras pastan, ella continúa, silenciosa y tenaz, haciendo quesos con alma.

 

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