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Élida, Astrid y Zuseth, cuando el esfuerzo de reinventarse sale bien

La emprendedora peruana Élida Flores Cruz es un claro ejemplo de que, como ella misma afirma, “las mujeres sí podemos”. Pasó su infancia en una zona rural sin acceso a servicios básicos, con las carencias que eso supone: caminar 20 minutos para conseguir agua o casi una hora para llegar a la tienda más cercana o tener dificultades para comprar medicamentos.

Tras el fallecimiento de su padre en 2010, que era quien mantenía a la familia, Élida tomó la  trascendental decisión que le permitiría romper el círculo de pobreza en el que vivía. Decidió estudiar Contabilidad y emprender junto a su marido un negocio de cultivo de cacao y plátano. Ser su propio jefe era la única manera de cubrir los gastos familiares. 

“Como había estudiado finanzas, ya tenía una idea de qué quería emprender. Estaba convencida de que lo mejor es un negocio propio, así que con mucho miedo pero con confianza, decidimos emprender. Las personas siempre inician desde abajo y todo sacrificio tiene su recompensa”, cuenta. 

Su motivación principal son sus dos hijos, a quienes desea brindar una educación de calidad y mejores condiciones de vida: “No quiero que mis hijos pasen por las dificultades que pasé yo cuando era pequeña, por eso me esfuerzo día a día por ser mejor y por hacer mi negocio crecer”, explica.

Actualmente cultivan seis hectáreas en un terreno de su propiedad, consiguen ahorrar y dan empleo a 4 personas en las épocas de siembra y de cosecha. No utilizan fertilizantes, sino guano de isla, un abono orgánico que se produce con los excrementos de varias aves, lo que mejora la calidad del cacao. 

Su sueño es expandir su negocio y comprar una casa cerca de la ciudad para darle a sus hijos más oportunidades educativas.  “A mi hija, cuando esté grande, diría que si ella se lo propone, puede llegar muy lejos, ser la persona que ella quiere, no depender de alguien. No se puede depender solo de un hombre, puedes salir adelante si te lo propones. Las mujeres sí podemos y lo hemos demostrado en muchas formas”, afirma con rotundidad. 

Emprender, una segunda oportunidad laboral 

Astrid Rodríguez nunca pensó que su futuro iba a estar vendiendo productos de ferretería. Era maestra en un colegio en Bogotá, pero perdió su empleo y tuvo que reinventarse. Esa palabra “reinvención” la conocen muy bien millones de emprendedores de todo el mundo que trabajaban por cuenta ajena y, que por múltiples motivos, apuestan por un cambio para ser sus propios jefes.  

Cuando Astrid dejó la docencia, encadenó trabajos de comercial en una cooperativa del sector de las droguerías y en una empresa de productos de ferretería. 

Tenía dotes para las ventas, pero a los dueños de los comercios no les inspiraba confianza ver a una mujer hablando de grifos o abrazaderas. Con perseverancia logró ganarse el respeto de los dueños de los establecimientos. 

Élida Flores Cruz, emprendedora peruana

Al ver estos avances, Astrid se animó a emprender. Usando los ahorros que tenía con su marido, compró maquinaria y ha fundado Seniplast, su propia fábrica de productos de ferretería para comercializarlos ella misma. 

La emprendedora colombiana Astrid Rodríguez, en su ferretería. 

Una segunda oportunidad en otro país 

Procedente de Venezuela, Zusetch Mendoza vive en Panamá desde 2018 cuando solicitó asilo con el apoyo de la Cruz Roja. En su país natal trabajaba en la administración pública, pero ha tenido también que reinventarse para salir adelante. Ha montado su propio negocio de cosmética natural gracias a un préstamo de Microserfin. También vende velas aromáticas con aceite reciclado y helados naturales.

Todas estas mujeres tienen mucho en común, pese a proceder de diferentes países y haber emprendido en sectores tan distintos. Ponen voz a las más de 1,7 millones de emprendedoras que están logrando salir de la pobreza, superándose cada día, con su esfuerzo y el acompañamiento integral de la FMBBVA.